ERNESTO SÁBATO: EL COMPROMISO DE UN ESCRITOR

Por Rodrigo Jara Reyes

Ha fallecido Ernesto Sábato, uno de los grandes escritores latinoamericanos del siglo pasado. En su vida como escritor, publicó ensayos importantísimos: El escritor y sus fantasmas, Hombres y engranajes, Apologías y rechazos, Uno y el universo, y otros tantos. Además, publicó tres novelas de un valor inconmensurable para unos y dudoso para otros: El túnel (1948), novela comentada elogiósamente por A. Camus y T. Mann; Sobre héroes y tumbas (1961), escogida la mejor novela argentina del s. XX y Abaddón el exterminador, galardonada en París como el mejor libro extranjero de 1976.

Propuso una literatura problemática y comprometida con lo humano, una literatura que apuesta por bucear en la condición del hombre, en los misterios esenciales de la existencia; una literatura que busca provocar cambios en el que lee y que, también, conmociona y muta al que escribe. “Cuando terminamos de leer El proceso no somos la misma persona que antes (y seguramente tampoco Kafka después de escribirlo.)” señala en El escritor y sus fantasmas. A este tipo de literatura, se le opone la otra, la que se elabora por juego y para procurar esparcimiento y placer. 

Postuló, además, un tipo de novela total, en la que se traslucen los fondos de la existencia humana completa: el pensamiento, las pasiones, los ideales, los sentimientos, las acciones, los amigos, los amores, la memoria, la historia, el mito, la metafísica, el psicoanálisis, etc. Pero todo esto encarnado en personajes opacos, parecidos a personas comunes y corrientes que transitan por las calles de un barrio cualquiera de Santiago, Talca, Mendoza o Buenos aires.

Algunos critican la falta de ritmo en su narrativa o el exceso de adjetivaciones, pero yo siempre he sabido que las reglas de la poesía o la narrativa se anulan cuando se escribe algo genial y creo que la obra del autor bonaerense, roza la genialidad en varios aspectos: la descripción del lado ominoso de los seres humanos; la construcción de un mundo y de un Buenos Aires de pesadilla, al punto de que se habla de Universo Sabatiano; la representación certera de la realidad de su país y del mundo  que le tocó vivir. 

El escritor que elabore el tipo de Novela Problemática que postula Sábato, debe ser cabal, íntegro, pues según su modo de ver, un gran escritor no es ni más ni menos que “un gran hombre que escribe”. Dostoievski, Kafka, Tolstoi, Faulkner y el mismo Sábato, encarnan a ese tipo de artista. En efecto, el autor bonaerense, participó de casi todas las luchas de su tiempo, siempre del lado de la justicia, la democracia y la libertad de expresión. Durante la cruel dictadura argentina, permaneció en el país, lo que, dadas las circunstancias, ya es loable. En esa época, se distingue por sus gestiones a favor de escritores argentinos desaparecidos y, también, por artículos y ensayos que denuncian los atropellos a los derechos humanos perpetrados por el régimen.

A fines de 1983 se establece en la Argentina una comisión nacional para investigar la desaparición de personas durante el período militar de 1976-1983. Uno de los traductores al inglés de Nunca más o Informe Sábato, señalaba en la introducción: “Para garantizar la objetividad el poder ejecutivo resolvió que la comisión estuviera compuesta de individuos que gozaban de prestigio nacional e internacional, escogidos por su persistente postura en derechos humanos y su representación de diferentes grupos sociales… el 29 de diciembre de 1983, Ernesto Sábato fue unánimemente elegido presidente de la comisión.”

Ahora bien, su postura política incorruptible, le trajo problemas con los grupos extremos, tanto de derecha como de izquierda, pues sus palabras condenaban el totalitarismo fascista y el comunista. Fue insultado, recibió amenazas y descalificaciones de moros y cristianos, pero finalmente la verdad y la justicia se impusieron dándole la razón en cuanto a que, la democracia, con todas sus mañas e imperfecciones, es el mejor régimen al que podemos aspirar como seres humanos libres.  

Ha muerto Sábato, llora Buenos Aires a uno de sus hijos predilectos, llora Latinoamérica a uno de los intelectuales que contribuyeron a la construcción del ser latinoamericano, llora el mundo a un valiente defensor de la libertad de expresión y de los derechos humanos en una de las dictaduras más crueles del continente.

A mi juicio, quedará en nuestra memoria el ser humano íntegro, fiel a sí mismo, el ensayista preciso y visionario, pero también el novelista que nos lego tres obras extremadamente originales.

 

 

 

 

 

 

ROBERTO BOLAÑO: EL PRIMER DETECTIVE SALVAJE

                                                                                                             Por Rodrigo Jara Reyes

                El primer personaje de la novela Los detectives salvajes, nace en 1968, es  Roberto que llega a México D. F. a la edad de quince años. Recoge  experiencias en aquella ciudad interminable y, desde allí, le da vida a lo esencial de su obra. El alma del autor se desgaja para conformar a los poetas detectives Juan García Madero, Ulises Lima y Arturo Bélano. Este último, su reconocido alter ego, un fantasma que desaparece y vuelve a aparecer en distintos momentos de su narrativa.

                Roberto, en su periplo mexicano, actúa como un verdadero personaje de novela, un personaje atravesado por una ética inquebrantable adquirida en la solidaridad de la pandilla de jóvenes artistas con quienes conformó el infra-realismo, recorrió las calles del Distrito Federal, robó libros, luchó en contra de la poesía oficial. A partir de esos años de vida nómada, elaboró un testimonio irónico de lo que en Latinoamérica es un destino dedicado a la literatura. 

                Después de la experiencia mexicana, recorrió Centro América, California, París y otros tantos rincones del mundo. Terminó su periplo en Barcelona, ciudad de la que se enamoró y en la que se queda a desarrollar su oficio. Trabajó en cualquier cosa, su premisa pasaba por comer para seguir escribiendo. En alguna entrevista confiesa que  estuvo a un paso de la mendicidad, pero esto no le impidió luchar contra un enemigo invencible (¿acaso el materialismo mercantilista?), darle batalla limpia, aunque ello significase que lo encontraran muerto en cualquier terreno eriazo.

                Los detectives salvajes es una gran novela, no sólo por las virtudes estéticas o por el extraño sentido del humor que destila, también porque en los hechos que narra establece senderos, caminos y hasta carreteras que se conectan con la realidad, o más asertivamente, con la experiencia de vida del autor. Sin embargo, lo relatado en dicha novela no es historia sino ficción. No lo digo en términos peyorativos, porque la literatura nunca ha pretendido ser real en tal sentido. Aristóteles señalaba que la épica (equivalente a la novela actual) está más próxima a la filosofía que a la historia, y en tal sentido, un novelista sabe muy bien que la ficción puede alcanzar niveles de veracidad más altos que la verdad misma.

                Bolaño, alrededor de un esqueleto inventado, la búsqueda de la escritora desaparecida Cesárea Tinajero, agrega la carne, experiencias de vida que van conformando el universo narrativo de la novela. La vista de las avenidas del Distrito federal por ejemplo: “... y yo aproveché para contemplar el paisaje que se sucedía monótono en la ventanilla: las fachadas de la Juárez y de la Roma norte...”. Por otra parte, la voz de García Madero, es la de Roberto y de todos los poetas desamparados de América Latina que se comprometen con la literatura: “He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.” Muchos otros personajes, en la segunda parte del libro, aluden a sus experiencias con Ulises Lima y Arturo Bélano. Uno de éstos, quizá el más patético de todos, Auxilio Lacouture, dice “Yo soy la madre de la poesía mexicana. Yo conozco a todos los poetas y todos los poetas me conocen a mí. Yo conocí a Arturo Bélano cuando él tenía dieciséis años y era un niño tímido y no sabía beber...” De esta manera, va construyendo un mundo que se podría trocar por la vida misma, si la materia prima de aquel no fuera el lenguaje. ¿Qué se le puede pedir a un creador sino regalarnos, por unos momentos, un mundo con sentido, aunque fuese para perseguir a una escritora que, emulando a Rimbaud, prefirió la noche cegadora del desierto?

                Bolaño, como decíamos, primero fue personaje y luego concibió la obra. El resultado de dicha fórmula, fue parir una de las mejores novelas latinoamericanas de nuestro tiempo. Señala J. A. Ugalde en El mundo: “Bolaño se desenvuelve de modo divertido, inteligente y sarcástico en esa variante literaria que es juego de espejos entre verdad y mixtificación, entre realidad e ilusión, entre hechos y conjeturas, entre personajes apócrifos e históricos...”. En efecto, la novela se desarrolla en un territorio de frontera, los límites entre lo real y lo ficticio no están definidos, eso le da a la obra un dejo de autenticidad y consecuencia, dignos de la mejor literatura.

                Por una parte se compara Los detectives salvajes con “Rayuela” y por otra, se ha llegado a decir que es la novela que le hubiese gustado escribir a Borges. Este último señalaba en “Otras inquisiciones”, que una creación de esta naturaleza debe ser “un juego de vigilancias, ecos y afinidades”.  En efecto, la narración de Bolaño, se derrama en pequeños relatos con vida propia, pero lo suficientemente interrelacionados como para hablar de una obra compacta y bien terminada. En el caso de Rayuela, las analogías aluden a los personajes extremos, al exilio de latinoamericanos en Europa y a la condición de novelas de vanguardia que se les atribuye a ambas obras.

                Para terminar, quisiera recoger un juicio más abarcador, el de Jorge Carrión en The Barcelona Review: “Esa novela es, además de una lúcida disección del exilio y un divertido recorrido por la hiperbólica adolescencia... una parodia de la vanguardia, al tiempo que una novela realmente vanguardista y una enciclopedia de literatura...”. No olvidemos que Los detectives salvajes, obtuvo el premio Herralde de Novela (1998) y el Rómulo Gallegos (considerado el Nóbel latinoamericano), en1999. Estos premios catapultaron para siempre al detective que, desde el principio, fue su autor.

 

 

 

PERMANENCIA DE LA NOVELA

                                                                                                              Por Rodrigo Jara Reyes

                La muerte de la novela ha sido predicha muchas veces, para sostener aquello se ha argumentado que sus formas están agotadas, que ya no hay nada nuevo que hacer, que los avances del cine terminarían en que nadie más leería novelas, que la vida moderna (televisión incluida) no permitiría la sobrevivencia del género. Sin embargo, porfiadamente la novela permanece y no sólo eso, sino que va aumentando el número de autores, editores y lectores. El por qué de este éxito no está totalmente claro, existen argumentos de tipo psicológico, sociológico, antropológico y económico; pero quizás la respuesta fundamental esté en la psicología del ser humano y, en este sentido, es pertinente recordar las palabras de Vargas Llosa en “La verdad de las mentiras”:

Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos –ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros- quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar –tramposamente- ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener. En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un deseo insatisfecho.

                Sin duda mucho de necesidad psicológica hay en el idilio del público con la novela. En el trasfondo de cada lector acecha el vacío. Para escapar a la sensación de la nada es necesaria la palabra, los personajes y las historias que artificialmente pueblan el abismo y nos ayudan a detener el avance de la muerte. Ahora bien, esta lucha contra la nada viene desde el período de la infancia, el niño le da vida a sus juguetes, les otorga personalidad, intenciones, construye un mundo en el que él mismo es protagonista. En esta época de la vida, el tiempo está poblado de seres ficticios. El vínculo de autores y lectores con la ficción nace allí, en la prolongación de los sueños infantiles, en la expresión de estados de ánimo, de afectos heredados de aquel mundo legendario.

                En efecto, la vida moderna está compuesta de un manojo de rutinas en las que normalmente no pasa nada distinto a lo del día anterior. No hace falta demasiada agudeza para darse cuenta que aquello es territorio fértil para la novela. El lector encuentra, tanto en historias como en personajes, conductas que le prohíben la censura de la sociedad o de la moral: satisfacción de la sexualidad, poder y riqueza, vida al margen de la ley, es decir, una vida más rica en experiencias difíciles de realizar. La novela permite que el cerco de lo cotidiano se rompa y por este agujero se revelen universos múltiples, a veces muy próximos, pero de los que la novela nos muestra una diversidad de rostros enriquecedora, que amplifica el campo de visión y de humanidad. ¿De qué sirven los libros si no nos remiten a la vida cotidiana, si no consiguen sumergirnos en ella de una forma más plena?

                Siguiendo la misma idea, el hecho de que el público lector se incline por la novela tiene que ver también con el vínculo del texto y el fluir de la vida misma, vínculo que se manifiesta de muy diversas formas: caricaturización, imitación, lectura metafísica de la realidad, etc. P. Lesort señala respecto de los personajes: individuos hechos de la misma sustancia que nosotros, presos en el mismo tejido del espacio y del tiempo, y que, por una serie de analogías, de semejanzas o de transposiciones, amplifican de pronto el campo de nuestra humanidad. En todo caso, no debemos olvidar que una obra de este tipo es síntesis creativa, una selección de hechos de la vida que busca determinados fines. Por lo mismo, no se puede hablar de realidad ni de verdad cuando nos referimos a la novela. En su defensa se suele argumentar que la literatura nunca ha pretendido ser real en tal sentido. La novela presenta un mundo ficticio en el que existe estructura y cohesión, no obstante, se trata de un mundo que puede ser más creíble y deseable que la verdad misma.

                Por último, quiero dejar en claro que además de la motivación psicológica  que alude a las bases mismas de lo humano para explicar la permanencia de la novela, existe otra de orden interno y que es tanto o más importante, se trata de la ausencia de fronteras que ha demostrado el género. En efecto, una novela puede recoger fábulas, documentos en bruto, reflexiones, cantos poéticos, monólogos, el divagar de una o más conciencias, etc. De este modo la novela tiende a absorber otros géneros literarios, otras artes e incluso a la ciencia misma. Recordemos que muchos relatos de ciencia ficción se basan en teorías científicas. En definitiva, cada lector termina encontrando lo que busca y eso ha contribuido a la sobre vivencia del género más allá de cada una de sus crisis. Como consecuencia de lo anterior, y a pesar de sus detractores, se puede augurar con certezas de fondo, una larga vida para la novela.