HOMBRES DE NIEBLA

 

 

 

 

 

 

  

TOMÁS J. REYES

 

 

 

 

 

HOMBRES DE NIEBLA

Tomás J. reyes

Registro de propiedad intelectual N°232.057

Derechos reservados.

Año 2018.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

HOMBRES DE NIEBLA

Tomás J. Reyes

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A Carmen Gloria y a mis hijos dedico estos cuentos en miniatura, redactados en un rincón desértico de Santiago norte, con la secreta o no tan secreta intención de asaltar el universo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

Las miniaturas son un agrado cuando las acompaña la eficacia y la emoción. Esos valores he querido alcanzar con las presentes piezas narrativas, que, como todo artefacto de relojería cuántica, quieren ser perfectos y en eso basan su existencia. Sin embargo, no es mi tarea valorar la belleza o eficacia de lo que encuentre el lector en estas páginas, serán otros los que juzguen si se han logrado o no las pretensiones de cada relato.  Lo que sí puedo asegurar, es que “lo esencial de lo narrativo” está presente tanto en los textos brevísimos, como en los más extendidos.

Los materiales utilizados para dar forma a este libro son de origen vario pinto y espurio, si se quiere. Los he recogido como quién recolecta frutos al azar por la campiña: conversaciones interesantes en una micro, algún sueño esclarecedor, pesadillas terribles, problemas familiares, recuerdos de infancia, deseos insatisfechos, algunas lecturas, en fin. Toda esa materia prima ha sido trabajada y acaso contaminada con las herramientas de las que se vale la ficción, lo que ha mutilado a veces y desmejorado otras, los hechos ocurridos en la realidad.

El contexto en el que se mueven los personajes podría corresponder a cualquier ciudad del Chile central, aunque algunos cuentos aluden directamente a Talca o Santiago. Sin embargo, en más de una ocasión, la única patria de los relatos es el sueño o la pesadilla. Quedan invitados entonces a este viaje hacia el deseo, el amor, la envidia, la esperanza, el arrepentimiento, la sorpresa, el juego, la violencia y tantas otras sensaciones, sentimientos y actitudes humanas sugeridas o vividas en el presente volumen.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“No hay nada más misterioso que los restos de un barco hundido que se recorta en el horizonte, como una aparición”. R. Piglia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL VUELO DEL HAMBRE

Se le cayeron los párpados por cansancio o algo parecido al cansancio. Tenía un hambre inimaginable para el que no conoce la vida en la calle, aunque no estaba seguro si era el hambre misma o el recuerdo de ella. Quiso contar los días sin comer y no pudo. Su cuerpo comenzó a elevarse. Abrió los ojos hacia la estatua de Pedro de Valdivia, su compañera de tantos años, pero no recibió ayuda, solo avistó las palomas revoloteando sobre las cornisas de la catedral. No quiso mirar hacia abajo, aunque era la única manera de saber si levitaba con cuerpo y todo o se había muerto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

REFLEJOS

Nos fuimos con desconfianza al motel capricornio. Lo imaginábamos de tantas formas diferentes, que no sabíamos a cuál de ellas atenernos. Quisimos ver enseguida el salón, la piscina, el yacusi, las pantallas gigantes, pero nada nos entusiasmó hasta que llegamos a la pieza de los espejos. Allí nos abrazamos y volvió el deseo como rayo que ciega. Las razones las desconozco, aunque, creo, algún papel jugó el encanto de vernos multiplicados y el morbo de sentir tus caricias y mis caricias, repetidas hasta el infinito.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LO QUE DICEN

Que protagonizó una fuga en pleno día de visita. Que corrió entre las filas de los familiares  y los policías. Que no pudieron dispararle. Que llevaba el arma en la mano y apuntó al que se le cruzó por delante. Que era extremista, guerrillero y asaltante de bancos. Pero no creo nada de lo que dicen, a pesar de los testigos que declararon en el tribunal y de las supuestas pruebas. Nunca más supe de él. He recibido cartas con su nombre en el remitente y una letra desconocida. Me han preguntado mil veces y no sé si mi hijo está exiliado al otro lado del mundo o fue detenido y hecho desaparecer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

UNA VISITA INESPERADA

Me agarré una neumonía que me tuvo al borde de la muerte. Tenía poco más de cinco años. Recuerdo que apareció un pajarito picoteando contra el vidrio de la ventana. Al principio me pareció entretenido y me sentaba en la cama a verlo trabajar y trabajar sin posibilidad de éxito.

—No te preocupes —dijo mamá, con una sonrisa que le comía la cara —viene a jugar contigo.

 Pero al cabo de unos días, su presencia me produjo un miedo hondo. Abrazaba mi peluche y me escondía entre las sábanas a esperar que se marchara. El sonido rítmico de su picoteo me hacía temblar. He intentado por décadas recordar el motivo de aquel terror infantil y ahora que estoy viejo y enfermo, creo saberlo. El pájaro ha vuelto a mi ventana y sé que aquella vez no vino por casualidad. Sé también, con toda la experiencia que acumulamos los viejos, que no se irá hasta llevarse mi último suspiro entre las alas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL GUARDIÁN

Descubrí a una niña jugando en el prado y la dejé. Mi trabajo como cuidador del edificio y sus jardines no lo permitía, pero me pareció tan frágil, tan dulce. La observé levantar una casita con pequeñas ramas, luego tomó un insecto para soplarlo desde su palma y acarició los pétalos de una rosa tan despacio, tan despacio, que la flor pareció encenderse con el roce de sus dedos.

No sé de donde me vino la idea o la intuición, pero pensé que aquella niña era el centro amoroso del mundo, una fuente de energía benigna para el universo y que corría gran peligro allí. Los adultos pasaban por las veredas cercanas, discutían con torpeza y la miraban de reojo, como si supieran lo que yo sabía y les pareciera lo peor. Creí que los energúmenos que fumaban en las esquinas y en los escaños junto al parque, planeaban algo contra ella.

De pronto, dos de los fumadores se pusieron de pie y presentí que sería atacada. Entonces corrí hasta un rincón y disparé dos veces al aire para darle tiempo. Casi todos huyeron o se lanzaron al suelo, pero los asesinos o los que yo identifiqué como asesinos, llegaron a mí, me increparon con odio y amenazaron con las siete penas del infierno. No les hice el menor caso. Busqué a la niña con la vista, la vi escabullirse hasta los brazos de la que parecía su madre y, en ese momento, solo en ese momento, respiré.